Pernoctando al caminar

Si los cayos hablasen no hubiese forma de callarlos. Los caminos andados han traido tantas experiencias que resulta casi imposible no pensarlas. Experiencias que no se comparten con todos, pero que todos los que llegaron a viejos en algún momento experimentaron. Las personas, los sueños, las ojotas, los compañeros del viaje han sido buenos. Tanto, que serán parte del viaje aun cuando ya no estén a tu lado.


Quejas no caben, pero no todo ha sido color de rosa, pues hasta las rosas traen espinas que penetran y beben la hemoglobina como jugo fresco en verano. Van dejando cicatrices para la posteridad que sirven de mapa en la lucha constante. Esas rayas de tigre que nos hacen fuertes, son las mismas que nos recuerdan que alguna vez fuimos frágiles. Como los pétalos de esa rosa que tanto nos enseñó.


Permitirse reconocer el pasado da energía para no temer al pernoctar en el camino. La seguridad de la experiencia es la armadura que protege al chiquillo interior, curioso e inmortal. El haberse aventurado en la oscuridad a pies descalzos, desinhibe el alma para el paso a seguir. Ya no son juegos de niños, ahora son planes de hombres. Casos de éxito y fracaso que definen la fortaleza adquirida. Todo un tema…


Ya cuando se ha sangrado, evitar las lajas del viento es impedirse crecer… es ignorar las lágrimas que nos mostraron como sentir… es mentirse como Pierot el payaso ante la burla que es la vida, y que aun así no es un relajo. Y si, hay que relajarse, pero como bien dice la voz interna, es necesario soñar, pero nunca debes dormirte. Asimila y continua, pero no dejes que los laureles te enamoren al punto de perder tu norte. Permítete escuchar la voz de los cayos…

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